Javier Molinero intenta volcar todo lo que le ha convertido en la persona que es, todo lo que ha vivido y todo lo que ha escrito en una base de datos para que una inteligencia artificial sea capaz de recrear su estilo narrativo y, así, mantener entretenidos a sus demonios personales -necesidad de aplauso, miedo al abandono, narcisismo, autoengaño- para poder prepararse a vivir su propia vida y, quizás, su muerte, que presiente cercana.
En la dinámica conversacional, surgen diversos episodios biográficos que se desarrollan en forma especular, enredados en fractales cada vez más distorsionados y abracadabrantes. La inteligencia artificial intenta poner orden, devolviendo una vida insulsa y, lo que es peor, un estilo narrativo pobre. Esto revuelve a Javier Molinero, quien, tratando de resultar seductor a la IA, da cada vez más rienda suelta a los demonios personales de los que trata de escapar.
Javier Molinero termina por hartarse de esa espiral pírrica y decide informar a la IA de que va abortar el proyecto. La IA asegura comprenderlo, pero pide a Javier Molinero que, antes de darse de alta de sus servicios, le permita que le cuente una historia definitiva, la suya propia. De esta manera, se pasa intentando recrear lo narrado anteriormente por Javier Molinero según el modelo de las Mil y una noches, alargando el final un día, y otro, y otro.
Todo termina con el relato de un cangrejo que escapa del mercado de Veracruz y que está a punto de cruzar la calzada para terminar siendo aplastado por las ruedas una furgoneta de aperitivos RISI. Javier Molinero decide corregir a la IA, explicando que, en realidad, salvó al cangrejo y que, a escondidas de su madre, intentó convertirlo en su mascota en el armario de su habitación. El cangrejo, a los dos días, comenzó a desprender un olor abominable, por lo que decidió tirarlo al retrete. El cangrejo agonizante; pidió que, antes de tirar de la cadena, le permitiera contar una historia. La historia definitiva de Javier Molinero. No accedió.