jueves, septiembre 26, 2013

PELIRROJA (1)

Todos los veranos de mi adolescencia me juntaba en la piscina del barrio con un pequeño grupo de inadaptados. Lo único que nos unía, a decir verdad, era el desinterés por jugar al fútbol. Alrededor del mismo chopo plantábamos nuestras toallas un par de tilillas alelados aficionados a los comics para adultos, un aspirante a madero fanático del atletismo, un par de rockers de saldazo, un follador precoz tartaja que marcaba paquetón, un nene muy guapo y muy majete que no entiendo qué cojones hacía con nosotros y un marica vergonzante que trabajaba de locutor radiofónico en un par de radios locales. Y sus hermanas. Las hermanas eran cosas ligeramente irritantes que pululaban alrededor. Apenas las prestábamos atención y a ellas les parecía estupendo que así fuera. Hasta el verano del 89 en el que una de las más jóvenes decidió entrometerse en nuestras conversaciones.

Era una chica huesuda, de pelo pajizo y encrespado, con ojos grandes y ligeramente saltones que te miraban de forma enajenada.  Se movía por espasmos, como un pajarillo, y estaba siempre aceleradísima. Pese a nuestra misoginia tercermundista, la acogimos pronto como a uno más gracias a lo increíblemente soez que era su forma de hablar, a su desvergüenza y a sus carcajadas, que eran muy frecuentes, impredecibles y contagiosas. Su tema de conversación favorito eran los sueños que tenía, siempre de tipo sexual, en el que con frecuencia estábamos todos involucrados, incluido su hermano, su padre e incluso su perro. Así se las gastaba la criatura.

Según avanzó el verano, los que pertenecíamos al subgrupo más garrulo comenzamos a quedar menos en la piscina y decidimos que era mucho mejor ir a achicharrarnos por los descampados, para beber litronas y fumar tranquilamente a la sombra que nos proporcionaban los esqueletos de una urbanización que jamás llegó a construirse. A ese infierno sembrado de jeringuillas y cadáveres ahorcados de galgos no solían venir las hermanas de nadie, por lo que el tema principal de conversación de mis amigos se centraba en fanfarronear sobre los polvos que echaban a la pelirrojilla guarra. Yo les escuchaba con algo de envidia y muchísima turbación porque, secretamente, me había enamorado de ella.