martes, julio 12, 2005

Dream Baby Dream Again

Ayer recordé que, antes de nacer, yo vivía en una pequeña aldea, dividida en dos por una carretera secundaria en muy mal estado. Antaño fue un lugar mucho más grande y bastante próspero por sus excelentes viñedos pero, con la construcción del embalse, el rio se tragó la mayor parte del pueblo.
Ahora debíamos de ser menos de ochenta habitantes y todos vivíamos en casas de piedra con tejados de pizarra más o menos cuidados. Yo era el tonto del pueblo, pero mis vecinos parecían estimarme por mi sentido del humor y mi capacidad para el trabajo por lo que jamás se metían conmigo.
Éramos todos ancianos, la gente joven se había ido a las ciudades hacía tiempo y nuestra vida era rígida, inflexible y con muy poco lugar para ociosidades. Si no nos sentíamos nunca invadidos por la monotonía se debía, únicamente, a la extrema dureza de nuestro día a día.
Una mañana nos despertamos y descubrimos que todos estábamos cojos. Uno había perdido un pie porque el cerdo (que escapó por la noche de su pocilga) se lo comió mientras dormía. Otro sentía terribles dolores reumáticos en la pierna. A alguno se le habían gangrenado los dedos del pie, a otro se le habían congelado. A mí se me calcinó el pie izquierdo al dormirme, algo borracho, frente a la lumbre. Una se lo cortó con el hacha al partir la leña y a su hermana se lo pisó la yegua vieja. Más de uno simplemente sentía calambres intensos al apoyar el pie.
Al principio, a pesar de la tragedia, todos bromeábamos por lo insólito de la situación. Nuestras vidas estaban hechas de calamidades parecidas, así que pudo más la sensación de extrañeza que la de pérdida. Todo eran chanzas y risas. Todo un alarde de humor negro que los paisanos de la aldea vecina no se cansaban de alabar. El alcalde (ellos lo tenían, no así nosotros) llegó incluso a hablar de una especie de "inmunidad frente a la autocompasión". Parecía que la cojera comunal nos había proporcionado una nueva perspectiva.
Pero pasaron los días, las semanas y, poco a poco, comenzamos a sentirnos un poco irritables. Todos nosotros sabíamos de que pie cojeábamos los demás. Eso era algo predecible hasta el asco. Cuando veías a tu vecino cojear de la misma manera, día tras día, una y otra vez, pasara lo que pasara no podías evitar sentir ira.
Naturalmente a los demás les provocabas los mismos sentimientos cuando te veían cojear.
Pronto comenzaron los insultos, las amenazas y las trifulcas. Por supuesto, siempre poníamos alguna excusa más o menos plausible que nada tenía que ver con la cojera, pero todos sabíamos perfectamente la causa real. Una tarde llegaron a linchar al panadero por tener un loro que blasfemaba en lenguas muertas. Tiraron su cuerpo al rio y se lo comieron las lampreas. Tras ese episodio de brutalidad decidimos reunirnos todos los vecinos para tratar de dar con una salida a la crisis.
Como a menudo sucede entre las personas sencillas, de manera natural y casi geográfica se formaron dos bandos con propuestas bien distintas. Los del lado izquierdo de la carretera defendían esforzarse por cojear también con el pie sano, para variar. Los otros se decidieron por emprenderla a pisotones con los pies sanos de los demás. La situación lejos de mejorar, empeoró.
Yo opté por morderme la lengua y así, además de cojo me hice mudo. En mi pueblo me dejaron tranquilo, por tonto. Cuando todos se mataron los unos a los otros, algunos paisanos de la aldea vecina pensaron que adopté mi postura por respeto a los demás. Como siempre se equivocaron. Lo hice porque no compartía ninguna de sus propuestas. Lo hice porque me daba mucha pereza articular de una manera comprensible la solución que yo sentía como correcta. Lo hice, quizás, por miedo al rechazo. Lo hice, en definitiva, porque me daban igual.

miércoles, julio 06, 2005

Periferia I

El pasado domingo estuve tratando de explicarle a mi mujer el porqué de mi fascinación por las disco-terrazas de verano que abundan en los centros comerciales de la periferia.
Ves muchos músculos al aire, mucho pelo-cenicero, muchos latinos y muchos españoletes con ganas de bronca y pecho depilado. Casi todas llevan minifalda y fabulosos escotes. Hay camareros guineanos guapísimos que bailan como cabrones. Hay mala gente, música calentita a toda hostia y cocktails de mierda a un precio de vértigo.
Sientes lástima por aquellos que acuden en busca de un polvete y no tienen la cartera bien llena, porque todo son parejas. Parejas de glamour grasiento vestidas con sus ropas más caras. Centenares de parejas en las que ella siempre está aburrida y pretende animarse viendo cómo su chico se parte el jerolo por ella con cualquier incauto. Generalmente es el matón de seguridad el que apalizará al novio y al incauto mientras ella bosteza sentada en la barra junto a un cuarentón calvo y con coleta, recién divorciado, que la invita a una copa.
Suena la música, cada vez más bullanguera y, algo borracho, echas un vistazo a las mesas. Todas cubiertas de bolsitos de fiesta, móviles con la bandera de España en la pantalla rodeados de copas y vasos de tubo con los hielos derretidos y colillas apagadas.
Hueles las hormonas, la farla y las hostias.
En mi encendida argumentación no tuve más remedio que sacar a colación al fabuloso disco de James White and the Blacks. Fue un didactismo de lo más obvio y, además, innecesario: como siempre, ella ya me había entendido antes de que hubiera abierto la boca.

miércoles, abril 13, 2005

Diario ciclotímico y asqueroso: rápido, amable y con ganas de cagar

El día uno de este mes fuí a la boda de unos antiguos compañeros de trabajo. Allí me junté con muchos otros a los que hacía mucho tiempo que no veía y lo celebramos como si a la mañana siguiente nos fueran a enviar a combatir en el corazón enfermo de alguna antigua colonia francesa. No estaba yo tan equivocado, mi vida desde entonces ha sido una lucha en dos frentes: mi propia debacle física por un lado y la explotación laboral por otro. A día de hoy me duelen músculos, huesos, cartílagos y articulaciones que jamás supe que existían (al menos en mi cuerpo). En cuanto me recupere del todo prometo incorporarlos a mi vida sexual.
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Soy cada vez más consciente de la muerte de mi creatividad. Hace años abandoné por completo mis inquietudes plásticas. Es estos últimos meses parece que le ha llegado el turno para la música. No solamente no me siento capaz de componer ni grabar nada, sino que cada vez me cuesta más teorizar sobre ella. Era una de mis pasiones y hoy lo más intenso que siento al respecto es escozor. Se trata de un proceso de empobrecimiento mental que se está extendiendo a otras facetas de mi vida. Cada vez tengo menos ingenio, menos agilidad mental y mi conversación es pobre, perezosa y aburrida. Sin embargo tengo que reconocer que me alivia bastante haber liberado mi mente de melodías, teorías musicales dadaistas y demás hierbas.
Quizás esté tratando de ventilar mi casa abriendo todas las ventanas justo cuando llega un tornado a la ciudad, pero me gusta pegar saltitos y escuchar como mi cerebro se choca contra las paredes de mi cráneo. Ahora se trata de que esos golpes no sigan pautas rítmicas. ¿Lo conseguiré?
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Ayer, con el concierto de Judas Priest saldé una deuda con mi yo adolescente. Durante dos horas estuvo brincando al lado de mi yo treintañero, mientras mi yo físico se abrazaba a mi mujer, que estaba tan entusiasmada como nosotros tres. Gritamos los cuatro, coreando con algunos de nuestros mejores amigos, disfrutando de la misma manera ingenua y ansiosa de vida con la que disfruté el día de la boda que inaguró el mes. Hoy, como reacción orgánica a la euforia de ayer, me siento muy viejo, muy feo, hueco y cansado. Necesito unos días de aislamiento y reposo absoluto al lado de mi Alicia.
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Esta misma mañana, sin embargo, me he dejado arropar por mis hermanos, que me hicieron una visita. Ellos y mi mujer me inyectaron unas dosis de autoestima de emergencia. Es genial, a nadie le amarga que le den mimitos y le digan cosas bonitas las personas que admiras.
El pequeño accedió a que le invitará a comer en un McDonalds (a la mierda con la dieta.) Mientras luchábamos contra un menú gigante Big Big Mac (a la requetemierda con la dieta) mi hermano me contó como había comprobado que mi presencia llegaba a asustar a algunas personas. También me dijo que aquellas personas que luego trataban conmigo quedaban desconcertadas ante mi trato tan cálido y cortés. De las risas casi me ahogo con un crouton de la ensalada césar (¿dieta?), pero no pude replicarle nada: él se jactaba de que una amiga suya le definió con tres palabras "guapete, gay y con ganas de cagar". Así cualquiera.

miércoles, marzo 09, 2005

De perros falderos

Tengo una teoría sobre el origen de mi adversión hacia los perros falderos. Según ella todos los perros, sean de la raza que sean, tienen el ojete exactamente del mismo tamaño. Los perros pequeños por lo tanto, son todo ojete.

miércoles, febrero 02, 2005

Dream Baby Dream

Hace tres días soñé que yo era un personaje interpretado por Ashton Cusher en una película pesadillesco-sexual de tipo coral. La última escena que recuerdo sucedía en la parte de atrás de una limusina. Estaba yo con varios amigos (todos interpretados por jóvenes especializados en buddy movies) y algunos mendigos que recogimos por la calle. Nos perseguía un coche patrulla por haber derruido a patadas un tabique de separación entre salas en unos multicines X.
Un joven chapero drogadicto que no conozco de nada me la quiere mamar y yo estoy sacando la cabeza por el techo corredizo mientras vomito todo el alcohol y los tranquilizantes que me hicieron tragar al meterme en el coche. Como espectador la película me está encantando, aunque no puedo prestarle toda la atención que me gustaría, ya que lo estoy pasando realmente mal entre las arcadas, el ruido de las sirenas, las risas de mis amigotes y las maniobras del chapero tratando de sacarme por la bragueta la polla aplastada por los jeans.
Ayer soñé que era un personaje en una serie española ambientada en un poblado fortificado del viejo oeste americano. El poblado estaba habitado únicamente por ciegos y yo era un empleado del banco. Al principio mi drama particular era que yo no era ciego realmente, pero debía fingirlo. A medida que el sueño transcurría, yo (como espectador, no como partícipe) me percataba de que, en realidad, no había ningún ciego en el poblado, todos actuábamos como tales de una manera paranoica e inexplicable. En cualquier caso todos estábamos encerrados allí, siendo vigilados por mercenarios contratados por alguien que desconocíamos y contábamos con muy escasos contactos con el exterior. Cuando desperté recordaba que todos los miembros de la orden secreta en la que yo militaba habíamos pagado en la clandestinidad a un cazarrecompensas interpretado por Johnny Cash para que nos ayudase a atracar nuestro propio banco.
Valentina Tereshkova hoy me ha chillado en cuanto me ha visto aparecer por el salón, en pijama y con barba de dos días. Debe estar asombrada de vivir con una estrella.