A finales de la década de los noventa me estuvo rondando un proyecto absurdo que tardó años en esfumarse por completo de mis pensamientos. La idea era tan simple como estúpida: se trataba de crear un servicio de Hitlers con los que concertar una cita para cenar en un restaurante mexicano. Una especie de TeleAdolf.
Yo estaba convencido de que eso era un plan perfecto para dar un poco de color a las noches rutinarias de tantos urbanitas solitarios. Y es que después de un día de duro trabajo, llegar al apartamento para pasar una noche viendo películas de video y tomando una porción de pizza fría antes de irse a dormir puede estar muy bien, pero estoy seguro de que no es la clase de vida que uno desea llevar para el resto de sus días. Lo mismo digo respecto a contratar los servicios de una prostituta o un chapero. Por el amor de dios, a veces no basta con un mísero polvete. Las personas necesitamos cariño. Contar con la opción de llamar al mismísimo Führer para ir a tomar unas enchiladas y agarrarse una buena curda abriría el abanico de posibilidades para poder sobrellevar una alienada vida de soltero.
Naturalmente yo me encargaría de adoctrinar a cada uno de mis empleados. Serían enormes conversadores, capaces de justificar su política pasada maximizando sus logros y minimizando sus abominaciones con un "tampoco fue para tanto". Ese sería el lema de la compañía, para solaz del revisionismo más lumpen. Contrataría a gente extrovertida, chistosa, pero con cierto estilo. Que supieran decenas de canciones e himnos alemanes para cantar abrazados al cliente, quizás acompañados por una pequeña orquesta de mariachis, quizás a capella (previo pago del plus wagneriano). Sería gente amante del arte, de la buena conversación, con cierta cultura pero nunca pedante. Y tal vez a última hora podrían interpretar el papel de líder decadente que se enfrenta a sus fantasmas, pidiendo perdón de rodillas por sus crímenes. Pero para eso habría que pagar el plus arrepentimiento. Debido en parte a mis orígenes judíos llegué a sopesar crear un plus linchamiento, pero eso sería solo para los vips. Lo importante es que los clientes volvieran a casa con una sonrisa y que tuvieran algo interesante que contar al día siguiente a sus compañeros de oficina.
El proyecto era ambicioso, no me cabe duda. No sabía muy bien como planteármelo, si como un negocio, como una obra de arte o como un servicio a la comunidad. También era consciente de que muy pocas personas serían capaces de interpretar semejante papel con la intensidad que yo deseaba y, a la vez, de manera creíble. A veces me daba cuenta de que quizás yo era el único capaz de hacer algo así, pero a esas alturas de mi vida no me quedaban demasiadas ganas de liarme a hostias con nazis y con punkies. También en una etapa tardía pensé en incorporar más celebridades de esa índole, pero era consciente de que era algo que me excedía y que me estaba consumiendo. Así que lo dejé correr.
A veces me acuerdo de mi TeleAdolf. Vivimos tiempos peligrosos para esta clase de mierda, pero, si alguien está dispuesto a financiarme el negocio, me presto encantado. El mundo necesita arte.
Yo estaba convencido de que eso era un plan perfecto para dar un poco de color a las noches rutinarias de tantos urbanitas solitarios. Y es que después de un día de duro trabajo, llegar al apartamento para pasar una noche viendo películas de video y tomando una porción de pizza fría antes de irse a dormir puede estar muy bien, pero estoy seguro de que no es la clase de vida que uno desea llevar para el resto de sus días. Lo mismo digo respecto a contratar los servicios de una prostituta o un chapero. Por el amor de dios, a veces no basta con un mísero polvete. Las personas necesitamos cariño. Contar con la opción de llamar al mismísimo Führer para ir a tomar unas enchiladas y agarrarse una buena curda abriría el abanico de posibilidades para poder sobrellevar una alienada vida de soltero.
Naturalmente yo me encargaría de adoctrinar a cada uno de mis empleados. Serían enormes conversadores, capaces de justificar su política pasada maximizando sus logros y minimizando sus abominaciones con un "tampoco fue para tanto". Ese sería el lema de la compañía, para solaz del revisionismo más lumpen. Contrataría a gente extrovertida, chistosa, pero con cierto estilo. Que supieran decenas de canciones e himnos alemanes para cantar abrazados al cliente, quizás acompañados por una pequeña orquesta de mariachis, quizás a capella (previo pago del plus wagneriano). Sería gente amante del arte, de la buena conversación, con cierta cultura pero nunca pedante. Y tal vez a última hora podrían interpretar el papel de líder decadente que se enfrenta a sus fantasmas, pidiendo perdón de rodillas por sus crímenes. Pero para eso habría que pagar el plus arrepentimiento. Debido en parte a mis orígenes judíos llegué a sopesar crear un plus linchamiento, pero eso sería solo para los vips. Lo importante es que los clientes volvieran a casa con una sonrisa y que tuvieran algo interesante que contar al día siguiente a sus compañeros de oficina.
El proyecto era ambicioso, no me cabe duda. No sabía muy bien como planteármelo, si como un negocio, como una obra de arte o como un servicio a la comunidad. También era consciente de que muy pocas personas serían capaces de interpretar semejante papel con la intensidad que yo deseaba y, a la vez, de manera creíble. A veces me daba cuenta de que quizás yo era el único capaz de hacer algo así, pero a esas alturas de mi vida no me quedaban demasiadas ganas de liarme a hostias con nazis y con punkies. También en una etapa tardía pensé en incorporar más celebridades de esa índole, pero era consciente de que era algo que me excedía y que me estaba consumiendo. Así que lo dejé correr.
A veces me acuerdo de mi TeleAdolf. Vivimos tiempos peligrosos para esta clase de mierda, pero, si alguien está dispuesto a financiarme el negocio, me presto encantado. El mundo necesita arte.