Vivir sin Alicia. No recuerdo cómo se hace eso, ni quiero acordarme ni pienso enfrentarme a esa posibilidad. Es un concepto que no existe. O que existe como existe el concepto de infierno. Yo nunca he creído en el infierno. A decir verdad tampoco le temo. Ni a la nada, ni al absurdo. Forman parte de un combustible neurótico, el único que me podría mantener en movimiento sin una Alicia a la que dar la mano.
Y no me acuerdo de respirar sin ella. Y no estoy mintiendo. Por las noches, en mis episodios de apnea, me despierto sobresaltado y encuentro el sosiego respirando como respira ella.
Hoy trataré de dormir sin Alicia por primera vez. Será la última vez en lo que me quede de vida, me digo. El pecho me arde. Y mi carne huele a hospital. Espero que en la siguiente operación consigan una habitación y pueda consolarla en sus sueños agitados como ella ha hecho siempre conmigo.
Si sus heridas sanasen con las mías, yo sería un palpitar de carne lacerada. Una hecatombe, un holocausto. Y me vendería como ganado, como eunuco o como ramera al dios ciego y subnormal que, de un tiempo a esta parte, no nos permite disfrutar de un solo momento de paz. Y le mataría, por hijo de puta.
Alicia, mi mujer, mi vida toda. Nunca me cansaré de decirte cuánto te quiero. Lo vuelvo a hacer ahora, aunque se me caigan los mocos y no pare de llorar. Cuambto dte biero. Pronto estarás en casa y podremos bromear de nuevo sobre todo lo que nos ha pasado, y de lo que nos pasará.
Y no me acuerdo de respirar sin ella. Y no estoy mintiendo. Por las noches, en mis episodios de apnea, me despierto sobresaltado y encuentro el sosiego respirando como respira ella.
Hoy trataré de dormir sin Alicia por primera vez. Será la última vez en lo que me quede de vida, me digo. El pecho me arde. Y mi carne huele a hospital. Espero que en la siguiente operación consigan una habitación y pueda consolarla en sus sueños agitados como ella ha hecho siempre conmigo.
Si sus heridas sanasen con las mías, yo sería un palpitar de carne lacerada. Una hecatombe, un holocausto. Y me vendería como ganado, como eunuco o como ramera al dios ciego y subnormal que, de un tiempo a esta parte, no nos permite disfrutar de un solo momento de paz. Y le mataría, por hijo de puta.
Alicia, mi mujer, mi vida toda. Nunca me cansaré de decirte cuánto te quiero. Lo vuelvo a hacer ahora, aunque se me caigan los mocos y no pare de llorar. Cuambto dte biero. Pronto estarás en casa y podremos bromear de nuevo sobre todo lo que nos ha pasado, y de lo que nos pasará.
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