miércoles, julio 06, 2005

Periferia I

El pasado domingo estuve tratando de explicarle a mi mujer el porqué de mi fascinación por las disco-terrazas de verano que abundan en los centros comerciales de la periferia.
Ves muchos músculos al aire, mucho pelo-cenicero, muchos latinos y muchos españoletes con ganas de bronca y pecho depilado. Casi todas llevan minifalda y fabulosos escotes. Hay camareros guineanos guapísimos que bailan como cabrones. Hay mala gente, música calentita a toda hostia y cocktails de mierda a un precio de vértigo.
Sientes lástima por aquellos que acuden en busca de un polvete y no tienen la cartera bien llena, porque todo son parejas. Parejas de glamour grasiento vestidas con sus ropas más caras. Centenares de parejas en las que ella siempre está aburrida y pretende animarse viendo cómo su chico se parte el jerolo por ella con cualquier incauto. Generalmente es el matón de seguridad el que apalizará al novio y al incauto mientras ella bosteza sentada en la barra junto a un cuarentón calvo y con coleta, recién divorciado, que la invita a una copa.
Suena la música, cada vez más bullanguera y, algo borracho, echas un vistazo a las mesas. Todas cubiertas de bolsitos de fiesta, móviles con la bandera de España en la pantalla rodeados de copas y vasos de tubo con los hielos derretidos y colillas apagadas.
Hueles las hormonas, la farla y las hostias.
En mi encendida argumentación no tuve más remedio que sacar a colación al fabuloso disco de James White and the Blacks. Fue un didactismo de lo más obvio y, además, innecesario: como siempre, ella ya me había entendido antes de que hubiera abierto la boca.

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